La Familia de Riuz(Omniverso)

Chapter 47: 47) Rosita: Cayendo 2



Rosita estaba en la cocina, intentando concentrarse en su trabajo lo mejor que podía, pero la incomodidad entre sus piernas y el cosquilleo en sus pechos no desaparecían. Le resultaba difícil pensar con claridad y sabía que, tarde o temprano, tendría que encargarse personalmente de expulsar esa sensación de su sistema.

Estaba triste. No solo porque llevaba un buen tiempo sin tener sexo con su marido, sino porque ahora ni siquiera podía verlo durante los escasos minutos que solían compartir antes. Norman había salido en un viaje de negocios y probablemente estaría fuera por al menos dos o tres semanas. Ese viaje era algo que Rosita jamás habría querido permitir, especialmente con las sospechas que tenía sobre lo que ocurría en el trabajo de su esposo. Pero era su primer viaje en un nuevo puesto y no podía decirle que no fuera.

Ahora estaba sola con los niños... Bueno, no completamente sola. Debido a varios problemas anteriores, Rosita debía recuperar muchas horas de trabajo para compensar la ayuda que le habían dado sus compañeras. Por eso, mientras Norman no estaba, la niñera se quedaba a dormir en su casa. Al principio, la idea le pareció extraña, pero entre esto y aquello, ahora Rosita dormía en su cama matrimonial, usando a la oveja como una de las almohadas más cómodas que había tenido. Era raro compartir la cama con la niñera en lugar de su esposo, pero esa lana esponjosa hacía que olvidara todos sus problemas.

Volviendo a su problema actual... Sabía que estaba increíblemente cachonda, más que en cualquier otro día. Solo quería correr al baño y masturbarse antes de que esa calentura le trajera problemas serios, pero no podía hacerlo todavía. Primero, debía llevarle el desayuno a su jefe y luego, si tenía suerte, encontraría un momento para aliviarse mientras buscaba la ropa. Con la casa vacía, aunque incómoda y avergonzada, tenía la confianza suficiente para satisfacer sus necesidades sin que nadie la encontrara... Quizás hasta sería un poco excitante.

Terminó de preparar el desayuno con esa idea en mente y salió a llevárselo a su jefe.

...

Rosita caminaba con cuidado, equilibrando la bandeja con ambas manos, pero casi lo tira todo cuando vio lo que estaba ocurriendo frente a ella. Su jefe intentaba aliviar su problema con sus propias manos. Un movimiento feroz y probablemente peligroso… con tanta fricción, solo podía esperar que aquello ardiera en llamas en cualquier momento.

Se quedó congelada, observando la expresión incómoda y adolorida de Riuz mientras intentaba encontrar alivio, justo como ella había pensado hacer minutos antes. Por un momento, sintió simpatía por él… ambos parecían estar en la misma situación.

* Coff ** Coff * tosió la cerdita, tratando de llamar su atención sin asustarlo demasiado. Sabía que tal vez no era el mejor momento y que quizás debería haber esperado afuera hasta que terminara, pero tampoco le parecía correcto. Su jefe no se veía bien, su rostro reflejaba más dolor que placer, y ella creyó que detenerlo sería lo más seguro.

Riuz: "¡Ohh, Rosita! Lo siento, no quería que vieras esto." —dijo con una expresión avergonzada mientras intentaba cubrirse, aunque era imposible en su estado. Incluso con ropa, el problema sería demasiado evidente—. "Solo estaba tratando de... solucionar mi problema."

Rosita: "Está bien, lo entiendo. No se disculpe, esta es su casa." —respondió con calma, intentando sonar comprensiva. No creía que demostrar incomodidad ayudaría a reducir la tensión del momento—. "Aquí está su desayuno."

Riuz: "Gracias, Rosita." —dijo, tomando el vaso de leche y dando un gran sorbo antes de soltar un suspiro—. "Igual, lo siento. Sé lo mucho que te costó al principio… aunque parece que ya te acostumbraste, por lo menos a verme así."

Rosita: "Era imposible no hacerlo, sucedió demasiadas veces." —respondió con cierta vergüenza, su rubor evidente, aunque difícil de distinguir con el calor que ya sentía su cuerpo.

Riuz: "Sí, supongo... pero eso no evita situaciones como esta." —comentó, mientras ambos miraban la evidente monstruosa erección, que palpitaba con un color preocupante—. "Rosita, ¿puedo pedirte un favor? No quiero levantarme, esta cosa no lo hace cómodo."

Rosita: "Soy su sirvienta, lo que quiera."

Riuz: "¿Puedes ir a mi habitación y traerme un poco de lubricante...? O buscar en las habitaciones de las sirvientas… o en cualquier cajón de esta casa. Solo… algo que me ayude... por favor."

Rosita: "Claro..."

Rosita se fue. En cualquier otro día, se habría sentido avergonzada de que le pidieran algo así. Riuz siempre había intentado no involucrarla en nada sexual siempre que podía, aunque en esta casa era difícil. Pero esta vez, ella lo vio más como un asunto médico que como algo pervertido.

Por curiosidad, hizo lo que Riuz pidió y abrió un cajón al azar en la primera habitación en la que pudo entrar. Realmente había lubricante allí, además de otros juguetes sexuales. Trató de ignorar ese hecho perturbador, pero su mirada quedó atrapada en la etiqueta del lubricante en sus manos.

En la etiqueta, había una cerdita desnuda muy bonita mostrando el trasero, con un envase de lubricante igual al que sostenía, usandolo para masturbarse. Junto a la imagen, una frase en negrita decía: "Solo para cerditas sucias que quieren un poco más de amor."

Rosita solo pudo estremecerse, preguntándose si aquello era algo dejado por otra cerdita que trabajaba allí o si era una simple coincidencia. No pudo evitar pensar que, si su amo no usaba todo… tal vez ella podría usar un poco también. Sus dedos temblaron al quitar la tapa y probar un poco con los dedos.

Sacudió la cabeza rápidamente, incrédula de haber tenido esa idea mientras volvia a poner la tapa. Se apresuró a salir de la habitación, tratando de no pensar más en ello. Pero el simple olor del lubricante ya la estaba mareando y trayendo de vuelta pensamientos inapropiados, como su futuro momento en la lavandería…

Riuz: "¡¿Rosita?!" —La voz de Riuz la sacó de golpe de su ensimismamiento—. "¿Me das el lubricante?"

Se congeló.

Solo entonces se dio cuenta de que estaba parada frente a su jefe, sosteniendo el lubricante con la mirada perdida en sus pensamientos. Ni siquiera supo en qué momento había llegado allí.

Rosita: "Sí…" —dijo, entregándoselo rápidamente.

La cerdita se agachó para recoger el vaso y la bandeja que su amo había dejado en el suelo tras terminar el desayuno. Estaba lista para irse cuando notó que él tenía dificultades para abrir el envase.

No sabía si lo había cerrado con demasiada fuerza hace un rato —lo cual no tendría sentido, porque su jefe era mucho más fuerte que ella—, pero su mente no estaba en condiciones de razonar.

Con la bandeja en sus manos, comenzó a alejarse… pero sus fuerzas se estaban agotando. Su cabeza estaba caliente, al igual que sus partes bajas. Sentía sed… aunque tal vez una más metafórica que literal.

Sus pensamientos estaban demasiado enredados como para pensar con claridad.

...

Riuz aún luchaba por destapar el lubricante una y otra vez, aunque en un acto totalmente fingido, esperando que la cerdita se fuera. Pero entonces, vio cómo una mano rosada le arrebataba el envase de las manos.

Rosita: "Déjeme que lo ayude, jefe…"

Riuz levantó la mirada y vio a Rosita destapando el lubricante con facilidad, a pesar de que sus manos temblaban. Logró quitar la tapa y comenzó a verter el frío gel en su palma.

Rosita: "Esto… yo… veo que tiene problemas, y no creo que sea sano que siga así…" —murmuró, agitada, con el rostro rojo y los ojos vidriosos—. "Yo jamás haría algo así con alguien que no fuera mi marido, pero… no hay otra sirvienta, y usted realmente necesita ayuda…"

Extendió la mano lentamente hacia la ardiente vara, esparciendo el lubricante con movimientos suaves y cautelosos.

Rosita: "Como su sirvienta, aunque no me gusta para nada… y aunque esto está completamente mal… es mi deber ayudarlo… Que no haya nadie más me obliga a hacerlo…" —susurró, pero sus palabras sonaban más a una excusa para sí misma que a una verdadera justificación.

Riuz no dijo nada mientras disfrutaba la sensación de aquella mano temblorosa deslizándose lentamente, deteniéndose solo unos segundos cada tanto para agregar más lubricante.

Rosita no sabía qué estaba haciendo. Ni siquiera podía creer las palabras que salían de su boca. Pero estaba como hipnotizada, en trance, moviendo la mano con un ritmo involuntario, sintiendo el calor de esa vara en sus dedos.

Sus ojos estaban fijos en ella. Era la primera vez que la miraba de tan cerca… y con tanta concentración.

Por un instante, se sintió horrible. Pero luego se calmó, refugiándose en la excusa de que solo estaba ayudando a su jefe, como si se tratara de un servicio médico… algo completamente clínico. Nada sexual.

Siguió moviendo su mano, y al haberlo tocado ya, sintió que el "crimen" estaba cometido. La culpa se desvaneció un poco, lo suficiente para que su otra mano se sumara instintivamente.

El olor la estaba intoxicando. Era un aroma tan familiar, pero ahora estaba en su estado puro, sin los rastros de otras sirvientas. Bueno… estaba el olor del lubricante, pero eso solo lo hacía aún mejor.

No se atrevía a levantar la mirada, temiendo encontrarse con los ojos de su jefe. Seguramente la vería con desprecio, como a una mala mujer que hacía esto a pesar de estar casada.

Pero entonces pensó en su marido.

No, no sintió más culpa. Sintió enojo.

Si Norman se tomara su tiempo… si hiciera aunque fuera un mínimo esfuerzo… quizás ahora ella no estaría tan cachonda como para ofrecerse a hacerle un trabajo manual a su jefe para aliviarlo.

Recordó todas sus dudas sobre él. Cómo últimamente ni siquiera estaba en casa para ella, ni unos míseros minutos. Y se enojó aún más. Antes no estaba segura de sus sospechas, pero ahora quería creerlo. No… se aseguró a sí misma de que era cierto. De que alguna otra mujer ya le había hecho una mamada a su esposo.

Esa justificación hizo que su culpa se evaporara casi por completo.

No es que ella fuera una mala mujer. No... Su esposo empezó.

Con ese pensamiento ardiendo en su mente, imaginando a Norman recibiendo una mamada de una extraña, sintió una descarga de adrenalina.

Y sin dudarlo más, abrió la boca y envolvió ese glande morada entre sus labios.

Fue una experiencia completamente nueva, una que la arrancó de la euforia que la había impulsado a hacerlo en primer lugar.

Sentía algo grande, mucho más grueso de lo que jamás había probado con Norman, asentándose en su boca. Su calor abrasaba su lengua, y su sabor… aunque en otro momento le habría resultado desagradable, en este estado de excitación antinatural se volvió adictivo. Lo que debería ser un gusto desagradable se transformó en un mal sabor sabroso.

Por un instante, quiso retirarse. Quiso disculparse, alejarse lo más rápido posible, tal vez renunciar y endeudarse de por vida por romper el contrato. No veía otra salida después de lo que acababa de hacer.

Pero entonces sintió esas manos detrás de su cabeza, firmes, sujetándola. Y supo que no la dejarían ir.

Riuz la sujetaba con firmeza, guiándola con movimientos decididos pero medidos, obligándola a aceptar más de esa vara ardiente en su boca. No llegaba a ser brusco, pero tampoco le daba opción a retroceder.

Incluso si hubiera querido quejarse, con ese monstruo entre los labios le habría resultado imposible, y poco a poco, Rosita dejó de resistirse.

Lo que al principio era solo el empuje de esas manos fuertes pasó a ser un ritmo propio. Se dejó llevar.

Tenía algo de experiencia y, si iba a hacer esto, al menos lo haría bien. En su mente resonaban los susurros de las otras sirvientas, ese apodo que tanto le incomodaba escuchar: "el semental". Ahora, ese mismo semental dominaba su boca, y ella estaba empezando a entender por qué le llamaban así.

Cerró los ojos y se entregó a la sensación: el calor, el sabor, el vaivén… y lo prohibido del momento. Sus manos, antes tímidas, comenzaron a moverse por instinto, buscando dar más placer. Pero pronto, una de ellas abandonó su tarea. Descendió y buscó resolver sus propios problemas.

Los movimientos se volvieron cada vez más desenfrenados, al punto en que los sonidos eroticos llenaban cada rincón de la mansión. Rosita ya estaba completamente consumida por la lujuria, dejando de lado cualquier rastro de culpa o memoria del cómo y por qué había llegado hasta aquí. Solo quería seguir sintiendo esa euforia, tragar cada vez mas y meter sus dedos cada vez mas profundo, todo ese éxtasis prohibido que la envolvía.

Ella misma se había echado el lubricante sobre todo su cuerpo para poder disfrutar mas del alocado manoseo que ella misma se staba dando.

Y así continuó, hasta que finalmente llegó el inevitable clímax. Riuz, se levantó y sujeto la cabeza de la cerdita, empujando su cadera con fuerza hasta meter todo su pene en esa apretada garganta mientras descargaba semen sin parar.

Un estremecimiento sacudió a Rosita y sus piernas se tensaron al sufrir ella misma su tan ansiada liberación por todo el suelo, tan intensa como sus emociones.

Sin otra opción, Rosita se obligó a mantener ese miembro en su atormentada garganta y tragar toda esa leche que parecía interminable. Ya había recibido tres o cuatro descargas antes de que ese miembro retrocediera, e incluso en ese momento lanzó suficiente para dejar su boca rellena.

En circunstancias normales, el sabor la habría repelido, llevándola a escupir y enjuagarse de inmediato. Sin embargo, algo en la atmósfera, quisas por la emoción del momento, lo saboreo con pasión, desgastando hasta el último espermatozoide antes de tragarlo.

*glup*

Riuz: "Eres preciosa" —murmuró con voz profunda, sosteniéndola suavemente por la barbilla y elevando su rostro para que sus miradas se encontraran.

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