Gabriel Folstag detective de la unidad de victimas especiales

Chapter 5: Capítulo Cinco: Sangre



El reloj de pared marcaba las 9:00 de la mañana del 31 de octubre de 1986 cuando Donald Cragen recibió la llamada que temía y esperaba a partes iguales. Habían pasado dos semanas desde el asesinato de Augusto Folstag en "La Guarida del Ángel", y la unidad de homicidios del NYPD estaba atrapada en un torbellino de pistas fragmentadas y noches sin fin. A sus 44 años, Cragen había visto suficiente sangre y muerte para endurecer el corazón, pero este caso —la brutalidad contra Augusto y la desaparición de Gabriel, Agustín y Jazmín— lo tenía al borde de un precipicio emocional que amenazaba con tragarlo entero. Cuando el teléfono sonó, su mano firme lo levantó, sabiendo que el forense al otro lado tenía las respuestas que podían cambiar todo.

"Capitán Cragen, soy el Dr. Patel," dijo la voz al otro lado, clínica pero pesada. "Tenemos los resultados de la sangre—la de la cocina y la ropa encontrada en Brooklyn. Coinciden. Es de Gabriel Folstag." Cragen sintió un nudo en el estómago, el aire atrapándosele en el pecho. "¿Gabriel?" repitió, su voz ronca por el cansancio. "Sí," confirmó Patel. "La muestra de la cocina, la sangre infantil que no era de Augusto -aunque la mayoría era de él- es de Gabriel—comparamos con registros médicos de una visita al hospital en 1984 por una fractura menor. La sangre del abrigo y la bufanda también es suya, más reciente, probablemente del 23 o 24 de octubre. Está herido, pero no podemos decir si sigue vivo."

Cragen colgó el teléfono con un movimiento lento, dejando que las palabras se asentaran como plomo en su mente. Gabriel, de 12 años, el niño de ojos grises y cresta negra que llevaba agua a las mesas de "La Guarida del Ángel", había sangrado en esa cocina. "Quiso defenderlos," pensó Cragen, imaginando al chico enfrentándose a Evelyn Marsh para proteger a Agustín y Jazmín. Pero la sangre en la ropa encontrada en Brooklyn, más fresca, significaba que aún estaba vivo una semana atrás—o herido, capturado, o ambas cosas. La incertidumbre lo golpeó como un puñetazo.

 

A las 9:30, Cragen reunió a su equipo en la sala de la unidad, donde el olor a café rancio y cigarrillos viejos impregnaba el aire como un recordatorio de su agotamiento. Mike Logan y Max Greevey entraron con rostros marcados por el cansancio: Logan con ojeras oscuras bajo sus ojos inquietos, Greevey con una calma que parecía más resignación que fortaleza. El tablero estaba lleno de notas: "Evelyn Marsh, 34, alta, cabello oscuro, abrigo largo, bufanda roja. Manipuladora, posesiva, rumor de abuso a Daniel. Ropa encontrada en Brooklyn—sangre de Gabriel." Cragen señaló las nuevas líneas añadidas esa mañana. "La sangre es de Gabriel," dijo, su voz cortante como vidrio roto. "En la cocina y en la ropa. Estaba allí cuando mataron a Augusto, y sobrevivió al menos hasta hace una semana. Evelyn lo tiene, pero no sabemos dónde. Agustín y Jazmín… no hay rastro."

Logan pateó una silla, el sonido resonando en la sala. "¿Herido cómo? ¿Cuánta sangre?" Cragen negó con la cabeza. "No suficiente para decir que está muerto. El forense cree que son cortes o golpes—defendiéndose, tal vez. La ropa tenía manchas, no charcos. Está vivo, o lo estaba." Greevey cruzó los brazos, mirando el tablero. "Si Gabriel peleó, pudo haberla herido también. Eso explica por qué dejó la ropa—quería deshacerse de evidencia." Cragen asintió. "Especulamos que sí. Pero dos semanas, y seguimos sin ella. Necesitamos más—testigos, algo que nos dé un rumbo."

La semana había sido un infierno de callejones sin salida. El apartamento de Evelyn en la calle 52nd seguía vacío, vigilado por patrullas que reportaban nada más que silencio. Los moteles y edificios abandonados en Brooklyn cerca de Fulton Street habían sido registrados sin éxito. Los vecinos repetían lo mismo: "Se fue hace días," "A veces salía de noche con bolsas." Las cuentas bancarias no mostraban movimientos desde el retiro del 16 de octubre, y las patrullas en Staten Island, Queens y el Bronx no habían encontrado ni un susurro de Evelyn Marsh o los niños Folstag. Cragen había hablado con el Dr. Kessler dos veces más, pero el psiquiatra solo podía especular: "Está en un estado delirante. Si Gabriel es su 'Daniel', lo mantendrá cerca. Los otros… podrían ser un estorbo o parte de su fantasía."

A las 11:00, Cragen revisó el tablero por enésima vez, las palabras "sangre de Gabriel" quemándole los ojos. "Dos semanas," murmuró, golpeando la mesa con el puño. "Dos malditas semanas y seguimos ciegos." La culpa lo asfixiaba—conocía a Augusto, había comido en su restaurante, había visto a Gabriel crecer tras el mostrador. Si no encontraba a esos niños, ese fracaso lo seguiría hasta la tumba.

 

El día avanzaba lento, cada hora un recordatorio de su estancamiento. A las 6:45 de la tarde, mientras Cragen revisaba mapas de Staten Island con Logan y Greevey, buscando patrones en los movimientos de Evelyn, el teléfono sonó como un trueno en la sala silenciosa. Era el sargento Torres, del precinto de Staten Island. "Capitán Cragen," dijo, su voz tensa pero urgente. "Tenemos un testigo ocular. Un vagabundo dice que vio a una mujer que coincide con el dibujo del periódico y las fotos de las noticias. Estaba en St. George, cerca del ferry, sacando bolsas de basura de un auto hace dos noches—el 29 de octubre. Dice que parecía nerviosa."

Cragen sintió un chispazo de adrenalina, el primero en días. "¿Dónde está el testigo?" preguntó, ya poniéndose el abrigo. "Aquí, en la comisaría," respondió Torres. "Lo trajimos después de que empezó a hablar con un uniformado en la calle. Conoce 'La Guarida del Ángel'—comía allí a veces." Cragen colgó y miró a su equipo. "Staten Island, St. George. Un testigo vio a Evelyn con bolsas de basura hace dos noches. Vamos ya."

A las 7:30, Cragen, Logan y Greevey estaban en la comisaría de Staten Island, un edificio de ladrillo gris que olía a humedad y desinfectante. El testigo, un hombre flaco de unos 50 años con barba gris y un abrigo raído, estaba sentado en una sala de interrogatorios, tamborileando los dedos sobre la mesa. Su nombre era Tommy "Rags" Malone, un vagabundo conocido en la zona por recoger latas y dormir bajo el puente. Frente a él, un dibujo de Evelyn Marsh publicado en el New York Post y una foto granulada de las noticias descansaban sobre la mesa.

"Rags," dijo Cragen, sentándose frente a él con calma, pero firmeza. "Dijiste que la viste. Cuéntame todo." Tommy lo miró con ojos acuosos, su voz temblando por el frío o los nervios. "Sí, la vi," dijo en inglés, señalando el dibujo. "Esa mujer. Alta, cabello oscuro, abrigo largo. Estaba en St. George, cerca del muelle, anteanoche. Sacaba bolsas de basura negras de un auto—viejo, azul, creo. Parecía apurada, miraba alrededor como si alguien la siguiera. Las tiró en un basurero y se fue rápido."

Cragen anotó "auto azul, bolsas negras" en su libreta. "¿Qué había en las bolsas?" preguntó. Tommy se encogió de hombros, rascándose la barba. "No sé. Pesadas, eso sí. Se le cayó una al abrir el maletero, y algo goteó—oscuro, como pintura. Pero olía mal, como carne vieja. No me acerqué—me dio mala espina." Logan intercambió una mirada con Cragen, su rostro endureciéndose. "¿Sangre?" pensó Cragen, el corazón acelerándosele. "¿La reconociste de antes?" preguntó. Tommy asintió, señalando el dibujo. "Comía en 'La Guarida' a veces. Augusto me daba sobras—buen tipo. Esa mujer estaba allí mucho antes de lo que dicen los diarios. No tres meses—más, tal vez un año. La vi hablando con él, sonriéndole, tocándole el brazo. Él parecía incómodo, pero no la echaba."

Cragen sintió un escalofrío recorrerle la espalda. "¿Un año?" repitió, su voz tensa. Tommy asintió. "Sí. Al principio era dulce—me dio un dólar una vez. Pero luego se pegaba a Augusto, lo seguía como sombra. Creo que lo seducía, o lo intentaba. Una noche, hace meses, los vi discutiendo afuera. Ella levantó la voz, él le dijo que se fuera. Pensé que era una loca enamorada." Greevey se inclinó hacia adelante. "¿Y los chicos? ¿La viste con ellos?" Tommy pensó un momento. "Sí, con el mayor—Gabriel. Le ofrecía dulces, lo miraba raro. Él se apartaba, pero ella seguía."

 

A las 8:00, Cragen ordenó una búsqueda inmediata en St. George. "Si tiró bolsas allí hace dos noches, aún podrían estar," dijo al equipo por radio mientras conducían hacia Staten Island. "Auto azul, basureros cerca del muelle. Encontrémoslas." A las 8:45, llegaron al lugar descrito por Tommy: un callejón estrecho detrás de una fila de almacenes abandonados, con basureros alineados contra una pared de ladrillo. La lluvia había cesado, pero el aire estaba cargado de humedad y un olor fétido que hizo que Logan arrugara la nariz.

Dos uniformados ya estaban revisando los contenedores cuando Cragen llegó. "Aquí, capitán," llamó uno de ellos, señalando un basurero abierto. Dentro, tres bolsas de basura negras estaban apiladas, una rasgada en la parte inferior, dejando un rastro oscuro en el pavimento. Cragen se acercó, el olor golpeándolo como un puñetazo: sangre, carne podrida, muerte. Con guantes puestos, abrió la bolsa rasgada, y lo que vio lo congeló: un brazo pequeño, pálido, con un corte profundo en la muñeca. "Jesús," murmuró, retrocediendo mientras los técnicos forenses corrían hacia él.

A las 9:30, las bolsas estaban en la morgue de Staten Island. El forense confirmó lo peor: eran los cuerpos de Agustín Folstag (9 años) y Jazmín Folstag (6 años), degollados con precisión quirúrgica. "Desangrados y limpiados," dijo el Dr. Patel por teléfono a Cragen. "Cortes en el cuello, hechos con algo afilado—probablemente un cuchillo de cocina. Los lavaron después, no hay huellas ni fibras evidentes, pero es sus tobillos hay signos de cuerdas, fueron colgados de los pies. Muerte estimada entre el 28 y 29 de octubre—hace dos o tres días." Cragen colgó, el rostro pálido. "Los desangró para no dejar evidencia," pensó, imaginando a Evelyn limpiando los cuerpos como si fueran muñecos.

 

A las 10:00, Cragen interrogó a Tommy de nuevo en la comisaría de Staten Island. "Dijiste que la viste con Augusto hace un año," dijo, su voz cortante. "¿Qué tan seguido?" Tommy se rascó la barba, nervioso. "Cada poca semana, al principio. Venía, comía, hablaba con él. Luego más—cada semana, a veces dos veces. Siempre lo buscaba, lo tocaba, le sonreía. Augusto intentaba ser amable, pero se veía que no quería. Una vez, hace seis meses, lo escuché decirle 'basta, no más'. Ella se fue furiosa." Cragen anotó "un año" en su libreta. "¿Y Gabriel?" Tommy asintió. "Empezó a mirarlo después, como si fuera un premio. Creo que lo quería desde entonces."

Cragen actualizó el tablero a las 11:00: "Evelyn Marsh—planeó esto por un año. Seducía a Augusto, fijada en Gabriel. Mató a Agustín y Jazmín, cuerpos en Staten Island. Gabriel vivo (sangre reciente)." Llamó al equipo. "No fueron tres meses," dijo, su voz temblando de furia. "Evelyn los tenía en la mira desde hace un año. Seducía a Augusto para una fachada y como planeo él la rechazó. Gabriel era su obsesión—los otros, estorbos. Los degolló y los limpió, pero Gabriel sigue con ella. Staten Island es nuestro foco—busquen ese auto azul."

Mientras Logan y Greevey se dispersaban, Cragen miró la foto de Gabriel, sus ojos grises suplicando desde el papel. "Un año," pensó. "Nos llevó la delantera todo este tiempo." Pero la sangre de Gabriel en la ropa decía que aún había esperanza—herido, pero vivo. Y Cragen no descansaría hasta encontrarlo.


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